jueves, 22 de septiembre de 2011

La hermana

- Hola Martín, ¿cómo estás? Hace mucho que no hablamos.
- Sí, es verdad. Estoy muy ocupado últimamente.
- Ah, claro. ¿Tus cosas bien?
- Sí, bien. Como te dije, ocupado. Pero todo bien. ¿Vos?
- Digamos que bien, pero no sé, te extraño mucho.
- ¿Otra vez con lo mismo Delfina? ¿Cuándo vas a parar? ¿Estás yendo a terapia?
- No seas así, sabés que tampoco es fácil para mí. Sabés que si hubiece podido elegir de quién enamorarme no hubiece elegido a mi hermano, no soy tarada.
- A veces lo pongo en duda.
- ¿Por qué sos tan cruel? ¿Por qué esa necesidad? Tenemos la misma sangre, podrías ser un poco más compasivo conmigo. Te amo, ¿no podés entender eso?
- Yo también te amé alguna vez, cuando teníamos cinco años y jugábamos a hacer castillitos de arena en Mar Del Plata, con toda la familia mirándonos. Porque te acordás que formamos parte de una misma familia, ¿no? Bueno,  hasta ahí yo te amaba, y sí, eras mi hermana. Después, me abrumaste.
- Y yo que pensé que eras una buena persona vos...
- No, no. No te equivoques ni me trates de loco a mí. La que no está bien sos vos.
- Cómo se nota que nunca te enamoraste..
- Y no, de una hermana no.
- No no, de nadie. Porque sino tal vez entenderías...
- ¿Qué cosa entendería?
- Lo que se siente, lo dificil de controlar que es. Que no es una elección. Que aunque vaya a terapia, me encierren o hagan lo que hagan no voy a poder dejar de amarte. Porque sí, sos mi hermano y por eso me siento una mierda, y por eso intenté por todos los medios sacarte de mi cabeza, pero no pude y me di cuenta que es imposible.
- Basta, de verdad no te quiero escuchar más. Chau Delfina.
- ¡Por favor Martin escuchame! Me voy a matar, sabés. Eso voy a hacer. No quiero vivir más con esta carga ni molestarte a vos, ni destruir más nuestra familia. Me voy a matar y listo, pero sabelo hermano, que te amo con toda mi alma. Y eso me lo voy a llevar a la tumba.
- Ok sí, hacé lo que quieras. Sólo no me llames más.
...

Delfina colgó el teléfono, ya hacía varios minutos que escuchaba sólo el tono. No lloraba, pero temblaba sin poder controlarse. Se odiaba, lo odiaba a él y odiaba a toda su familia. Odiaba también a la vida, por ser tan difícil. No podía entender, porqué a ella. Porqué ella había sido elegida para sufrir tanto, porqué no podía tener una existencia normal como el resto de la gente. Había pasado sus últimos quince años de vida sufriendo, con su familia dándole la espalda, internada en psiquiátricos y centros de rehabilitación donde nadie la entendía, donde se la veía como una demente, peor aún que cualquier psicópata violador de niños.
De verdad se quería morir, y lo quería con todas sus fuerzas. O por lo menos no vivir así.
Hacía tiempo que venía planeando el momento exacto de su muerte, había hecho una lista de las personas a quien quería llamar primero, de las cosas que quería dejar organizadas antes, de cómo iba a hacerlo y qué necesitaba. Pero sólo había logrado hacer una cosa: llamar a su hermano, y ya no tenía fuerzas para hacer nada más.
Se subió a la silla que había dejado en el medio de la habitación y tomó la soga que había colgado con sus propias manos. La puso alrededor de su cuello y pateó la silla, con la vista fija en una foto bastante antigua, en la que un niño y una niña construían castillos de arena.


No hay comentarios:

Publicar un comentario