Cuesta dejar de vivir un sueño, caer nuevamente en la nebulosa de la realidad que aunque es realidad suele ser a veces menos clara. Duele tener que poner los pies sobre la tierra y entender que no todas las cosas son tan perfectas, que la vida es esta realidad y no la que vivimos entre sábanas. Es triste, pero valioso dejar de aferrarse al sueño en el que todo es extraordinario y posible y nada puede ennegrecer absolutamente nada.
Uno se siente indefenso y descontento, con ganas de patalear de la bronca por no poder seguir viviendo así, por no poder continuar recorriendo continentes enteros y descubriendo culturas olvidadas. Uno se siente que renuncia a ser el sabio de sus propias historias y vuelve a ser un simple hombre, uno más.
Y todo esto lo dice alguien común, que cuando abre los ojos se acuerda de sus sueños sólo los detalles.