Mi piel se detuvo en el momento exacto en el que cayó la
primera gota de lluvia. En sólo ese instante supe que algo había cambiado.
Apoyé mi nariz en la ventana y miré afuera, intentando escuchar un sólo sonido
que me explicara lo que estaba pasando. Un grito que nunca salió de mi boca se
ahogada y presionaba en mi interior, produciéndome dolor. Tal vez era tarde,
tal vez por eso nadie caminaba por las calles.
¿Sabía mi cuerpo lo que estaba pasando? ¿Por qué se
estremecía, por qué se quebraba?
La lluvia se hacía cada vez más constante, más intensa
y a mis ojos les costaba mantenerse
abiertos. Mi mente divagaba entre
explicaciones, intentando encontrar al menos una real, sólo una que la
tranquilizara.
Recordé una primera vez, una primera caricia olvidada en el
tiempo y algunos besos de una boca con sabor a alcohol. Pero los recuerdos no
eran claros, parecían de alguna época lejana y aunque intentaba mantenerlos
conmigo se volaban.
Mi piel se detuvo y algo no era igual. Cerré las cortinas y
a mis ojos les costó ver en la oscuridad, tal vez ya no veía, tal vez por eso
no vi a nadie. Traté de tocar las sábanas desprolijas, de sentir un olor que en
algún momento me había sido familiar. Recorrí la habitación con todos mis
sentidos, buscando algo que no sabía qué era, sólo buscando. Pero no encontré
nada.
¿Qué era eso que no estaba? ¿Qué había dejado un espacio sin
ocupar?
Mi piel se detuvo en el momento exacto en el que la rozaste
por última vez, y supe que no se volvería a despertar.
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